Ciudad del agua pudo, justificadamente, llamarse en otro tiempo a Gra-
nada. Abundantísima en agua de ríos y fuentes la dice Mármol. En la época
de esplendor del reino nazarí, costosísimas obras la llevaban a lo alto de los
cerros por los que se extendía la población, a la Alcazaba, al Albaicín y ª'la
Alhambra, y, desde ellos, deslizándose por sus pendientes, procurándoles
vegetación y frescor, repartíanse en infinidad de conducciones por casas y cármenes.
La misma agua corría en innumerables fuentes situadas a distinto
nivel: después de haber cruzado los jardines encantados, poblados de na-
ranjos, de limoneros, de cipreses y plantas trepadoras, perfumados por los
jazmines y geranios, seguía a refrescar la ciudad.
En la Alcazaba debieron tener agua corriente los romanos, ya que allí
existió una ciudad importante, cuyo foro se excavó parcialmente en el si-
glo XVIII. El frontero cerro de la Alhambra, en cambio, sin ella, estaría seco y
pelado, con un leve momento de verdor en la rápida primavera meridional.
Si como obras anteriores al siglo XIII consérvanse algunos restos insignifican-
tes entre las construcciones de la colina roja, si la historia refiere haber esta-
do fortificada en el IX, careciendo sus moradores de agua corriente, todo
ello no debió alcanzar gran importancia. Fue realmente Mohamed ben
Alahmar, el fundador de la dinastía, quien, según cuentan los escritores de
su raza, construyendo una acequia que aún se llama Real, para tomar el
agua del Darro una lengua río arriba de la ciudad, y probablemente la presa,
cuyos estribos aún permanecen, fue el verdadero creador de la Alhambra y
del Generalife. Sin esa obra primordial no existirían sus huertas, jardines y
palacios, y los cerros en los que se asientan, en lugar de la admirable vege-
tación de oasis que hoy los cubre, serían calveros desnudos y resecos. Rota
la presa desde hace largo tiempo, llegó a nuestros días una provisional de
tierra que hay que reconstruir con frecuencia; la acequia Real consérvase en
la mayor parte de su recorrido excavada en la roca, tal como fue hecha hace
siete siglos.
Ceñían a Granada, escribía en el siglo XIV el granadino Abenaljatib, a
manera de muros, o más bien de brazaletes, las almunias y granjas reales,
en donde se miraban ordenados suntuosos aposentos . Fuera de su recinto, dice en la «lhata» , existían un centenar de jardines o «gennas»: jardín de la tumba o del estanque del valle (?), vega o jardín del barranco, barranco de Mócbol, jardín llamado Ribera de lsam, genna del Arin, genna denominada de Cádah Bensahnuc. .. El mismo autor y el viajero lbn Batuta, visitante
este último de Granada por el año de 1330, ponderan los huertos y cárme-
nes de Ainadamar, monte de suavísimo y templado ambiente, amenísima-
mente cubierto de vergeles, huertos placenteros, floridos jardines, aguas
dulces y copiosas, suntuosos aposentos, numerosos alminares y casas de só-
lida construcción, plantíos de hierbas aromáticas y otras delicias .
No se limitaron los musulmanes granadinos a llevar el agua allí donde el
desnivel del río y la longitud de la acequia Real se lo consentía, es decir, a
los pabellones del Generalife, la «huerta que par no tenía», como punto
más elevado. Quisieron gozar de más amplios horizontes, del panorama in-
comparable de la Vega y de Sierra Nevada, que se percibe desde lo alto del
cerro del Generalife, y los inmediatos al Sur, y por medio de norias y artifi-
cios hidráulicos, elevaron el agua hasta esas alturas. Historia y leyendas ha-
blan de tres magníficos palacios construidos en ellas: el de los Alixares, el de
Daralharosa y el de Daralguid. Testimonian de su existencia grandes alber-
cas, secas y medio destruidas, restos de muros y fragmentos de escayola y
cerámica que aparecen al remover su suelo.
De la belleza del primero nos ha quedado un eco en el conocido roman-
ce de Abenamar, de inspiración morisca :
«estaban los Alixares
labrados a maravilla.
El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra
otras tantas se perdía;
desque los tuvo labrados el rey le quitó la vida
porque no labre otras tales
/al rey del Andalucía.»
Desde sus espléndidos jardines, escribe en 1526 el embajador veneciano
Andrés Navagero, disfrutábase de bellísima vista hacia la vega, pasándose
d~ ellos a los vergeles del de Daralharosa por calles ceñidas de arrayanes por
ambos lados; En lugar más bello y solitario, ya muy cercano a las aguas del
Genil -sigue diciendo el veneciano-, estaba el de Daralguid o Casa de las
Gallinas. Por todas partes, en las pendientes de los cerros y en lo hondo de
los valles, se veían pequeñas casitas con sus jardines, sus aguas, sus rosales,
bosque, entreviéndose apenas.
Pero ya Navagero ve todo esto en decadencia. Treinta y cuatro años después de la Conquista esos tres palacios altos, por encima de la Alhambra
y del Generalife, estaban casi arruinados, no quedando en pie más que algunos trozos; rotos los conductos, los estanques carecían de agua y las pie-
dras de los enlosados, hendidas, dejaban asomar entre sus quiebras las raíces de los arrayanes. «En el tiempo en que la dominaban los moros, esta tierra -dice el embajador veneciano- era mucho más hermosa que lo es en el día. Actualmente son muchas las casas que se van arruinando y los jardines destrozados; porque los moriscos más bien van faltando que no decidiiendo, y ellos son los que tienen todo este terreno labrado y plantado con tanta copia de árboles como aquí se ve. Porque los españoles, no sólo en
este suelo de Granada, sino en todo el resto de España igualmente, no son
muy industriosos, ni plantan ni cultivan voluntariamente la tierra, sino que
se dan a otras cosas, y de mejor gana se van a la guerra o a la India a hacer
fortuna, que no por vía del trabajo»
En el último tercio del siglo XVI, Luis del Mármol refiere que el palacio de
Daralharosa estaba derribado, viéndose solamente los cimientos; en ruinas
también hallábase el de los Alijares, al derredor del cual «había grandes es-
tanques de agua y muy hermosos jardines, vergeles y huertos»
Después de más de cuatro siglos de civilización cristiana no hemos lo-
grado restaurar el nivel de los jardines musulmanes en los cerros que domi-
nan la ciudad. Siguen estériles y abandonados los lugares en los que estu-
vieron esos tres palacios de romance y las alturas que dominan la Alhambra
y el Generalife.
La parte más elevada de la colina roja, asiento de aquella co-
nocida desde hace largo tiempo por «el Secano», comienza ahora a disfru-
tar del agua de que careció desde el siglo xv1. Los que hemos excavado el
suelo de la Alhambra, tratando de descubrir algunos de sus secretos, pode-
mos dar fe de las palabras del embajador veneciano. Bajo la capa de tierra y
escombros que se ha ido depositando en muchos lugares del recinto, apare-
cen numerosas albercas, no pocas fuentes e innumerables tuberías de barro
Y plomo que no dejan un palmo de tierra sin el regalo del agua. Lentamente
se va desescombrando el recinto, hasta alcanzar el suelo árabe, haciendo
saltar de nuevo las fuentes, calladas desde hace cuatro siglos llenando de
agua las albercas que sirvieron de espejo a las arquerías de los palacios na-
zaris. Con el tantas veces citado Navagero, hay que reconocer que la recon-
quista representó un retroceso para el aspecto de la ciudad y de sus cerca-
nías. A partir del siglo xvI, las gentes de Granada huyen del campo,
reconcentrándose en el núcleo urbano: parece haberse perdido aquella afi-
ción, patrimonio de gentes de espítiru refinado, a la naturaleza, a la soledad y silencio del campo, a los panoramas dilatados.
Los granadinos de la hora presente prefieren las calles polvorientas, las casas de pisos y los ruidos de la ciudad moderna.
Donde estuvo el palacio de los Alijares hállase hoy el cementerio. Ingratos eriales son los solares de los restantes, cuyas grandes albercas están secas y medio destruidas.
Un proyecto de conducción de aguas potables, en comienzos de ejecución, hecho con una visión mezquina del futuro, tan sólo la conduce, como
punto más elevado, al recinto de la Alhambra, condenando a la ciudad a no extenderse por sus contornos más bellos y sanos, despoblados desde el si-
glo XV.
«El agua discurre por los suelos de las casas como lo hace a través de Ja
ciudad; no hay mezquita ni vivienda en la que falte; hasta una torre del pa-
lacio de la Alhambra, en su piso más elevado, tiene una fuente», dice de
Granada Al-Omari, escritor árabe de la primera mitad del siglo XIV. «Cada
casa tiene su fuente», repite Antonio de Lalaing, señor de Montigny, visitan-
do la ciudad de la Alhambra en 1502, diez años después de la Conquista.
Todos los que por entonces llegan a Granada, maravíllanse de su abundan-
cia de aguas, no conocida en ninguna otra ciudad, y del número de sus
fuentes. Pero es, sobre todo, Navagero el que, veinticuatro años más tarde,
dedica largos párrafos a las aguas y fuentes de Granada: «los montes que
rodean la ciudad tienen por todas partes gran abundancia de aguas que en-
tran y corren por toda ella, sin que haya casa adonde por sus conductos no
llegue el agua»; «la parte de la ciudad que está en lo llano, es abundantísi-
ma de agua, y no hay casa que no la tenga, la cual va por conductos que se
cierran cuando se quiere; y si la ciudad se ensucia con lodos, se puede lavar
toda; quiero decir la parte llana. y no sólo entran para el uso de la población
las aguas de la fuente de Alfa car, sino otras muchas por todas partes»;
«toda la cuesta donde se asienta Granada por aquella parte (hacia la Cartu-
ja, donde estuvieron los cármenes de Ainadamar), y lo mismo hacia la parte
contraria, es bellísima, llen~ de muchas casas y jardines, todos con sus fuen-
tes1 arrayanes y bosquecillos, y en algunos hay grandes y hermosísimas
fuehtes ... Todo ello'es vistoso, todo placentero a maravilla, todo abundante
en aguas, que no podría ser más»; « ... en tantas partes se divide el agua del
Danro, que, aunque él de por sí no sería muy caudaloso, se hace mucho me-
nor y lleva siempre poco profunda el agua ... Conducen las aguas de este río por todos estos collados por muchas partes, así para abastecer de agua el
territorio, como para molinos y otras obras de esta especie. Una parte la
conducen por lo alto del monte, cogiéndola en lugar elevado, y otra parte
ás abajo: aquélla la conducen por bóvedas subterráneas cavadas en el mon-
te, que es cosa hermosa de ver ... ».
Desde la vivienda más modesta hasta la suntuosa Casa Real de la Al-
hambra, el agua cantaba en la Granada nazari en innumerables fuentes, re-
partiéndose por millares de venas que daban vida a la ciudad, como la san-
gre al cuerpo humano. El agua surge en el centro de la casa y va de allí. a
llevar su influjo bienhechor a todos los rincones. Los hogares humildes, minúsculos y recatados, tenían varias, a más de la que alimentaba la pequeña
alberca del patio, centro éste de la vida privada. En los patios de ingreso a
los palacios, en las plazas, en los sitios en donde las ,estrechas calles daban
holgura para ello, una fuente pública permitía al transeúnte apagar su sed.
Y en los recintos íntimos y reservados de las viviendas, en las casas y jardines, las acequias, que según frase de Abenaljatib, refiriéndose a la Real, «es
un río que se derrama desde los collados sobre la Alhambra con un ímpetu
semejante al de los peregrinos que bajan del monte Arafat», llevando «traí-
dos de los ríos con larga subida, torrehtes de agua semej'antes a mares azu-
les», repartíanse por todas partes, alcanzando hasta los últimos rincones.
Estas mismas acequias las hacen atravesar sus edificaciones con el deseo de
contemplar el fluir continuo de la corriente. Se ha conservado el ejemplo
más excelso de esa disposición en el patio de la acequia del Generalife, pro-
digio de gracia y frescor; en menores dimensiones fue semejante el del pala-
cio árabe, cuyos restos se registran en el ex convento de San Francisco de la
Alhambra, Bertaut alcanzó a ver, en 1659, una casa de campo por encima
de la Cartuja, propiedad de un comerciante genovés, en cuyo jardín había
una gran acequia.
Un proverbio árabe cita el murmullo del agua, en unión del sonido del
oro y de la voz de la mujer amada, como los tres sonidos más gratos al oído
del hombre. Este murmullo del agua era, sin duda, en la Granada nazari,
suave, apagado e incesante, producido por su lento caminar en las acequias
y canales, el correr de las fuentes, de angostos caños, y el elevarse para caer
en los finos surtidores. El agua se mezclaba a la vida litúrgica en las mezqui-
tas y madrazas, a la familiar en todas las viviendas. Para comprender lo que
es la voz del agua en estos palacios meridionales, el valor que tiene, la vida y
el encanto que les presta, hay que visitar la Alhambra y el Generalife un día
en que sus fuentes estén mudas, después de haberse habituado a oírlas
siempre correr: el silencio parece entonces profundo y angustioso; la sole-
dad, más grande que nunca.
EL RELATO DEL VIAJE DE ANDREA NAVAGERO (1525-1526): UNA FUENTE DOCUMENTAL PARA LA ARQUITECTURA DE LA ALHAMBRA |
Católicos. Las casas edificadas a la castellana después, en la parte llana de la
población, la preferida por los españoles, tenían también su fuente en uno
de los costados del patio, llamada hasta nuestros días, ignoramos por qué,
«pilar». En estos patios a la castellana no se construyen ya albercas, sustitu-
yendo a la intimidad y gracia de los musulmanes un aspecto un tanto frío y
de aparato, menos recatado; en lugar de reservarse para la vida de familia
queda aiberto a la gente de la calle, dando, en unión de la fachada, prestancia monumental a las viviendas.
Desde el siglo XVI al XVIII no hubo casa de alguna importancia en Granada que no tuviera su «pilar» en el patio. Con finos relieves y molduraciónsobria al principio, más tarde ostentan pináculos y cierta sequedad de ornato, adquiriendo, por último, una bella pompa barroca. Escudos, cascos y cimeras, ornatos muy variados, suelen verse en sus frentes. El más famoso de todos ellos es el llamado pilar de Carlos V, en la Alhambra, mandado cons-
truir por el conde de Tendilla, cuya traza hizo Pedro Machuca en 1545, ha-
biendo ejecutado las esculturas Nicolao de Corte. Otro hubo, monumental,
en la Plaza Nueva, levantado también en el siglo XVI, y destruido en el XIX. El
del Toro, en la calle de Elvira, contemporáneo de éste, ha sido desfigurado
recienemente.
Estos pilares granadinos van desapareciendo con las casas viejas, vivien-
das de una sola familia, destruidas para levantar otras mezquinas e incómo-
das, destinadas a habitación de varios vecinos. Cada día puede decirse que
se calla una fuente en la ciudad. Dentro de poco tiempo es posible que toda
el agua de Granada se administre con grifo y contador, corriendo oculta y
silenciosa.
LEOPOLDO TORRES BALBÁS
Arquitecto
Arquitectura.
Diciembre, 1929
Leopoldo Torres Balbás vuelve 90 años después...
EPISTOLARIO DE LEOPOLDO TORRES BALBÁS
A ANTONIO GALLEGO BURÍN